Casualidades de la vida, han coincidido múltiples circunstancias que me han llevado a darle vueltas a la cabeza (más aún). Quizá algunos de vosotros ya lo sabréis, pero llevo un tiempo colaborando en un programa de radio autonómico que versa exclusivamente sobre mujer y deporte (Aragón Deporte en Femenino, por si os animaís a escucharlo). En él, cada semana, realizamos una entevista a una deportista de referencia nacional. Tuvimos el honor de inaugurarlo con María Vasco, hasta el día de hoy, única atleta femenina en lograr una medalla olímpica (aprovecho para volver a dar la enhorabuena a Manolo Martínez por esa presea que le llega 8 años después.). Pero recientemente tuvo un nuevo ‘honor’ en el programa, ser la primera en repetir su paso por la sección…aunque esta vez su conversación me dejó una desazón que a día de hoy sigue dando coletazos
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Nuestra protagonista compartía la amagura de aquellos detalles que le han llevado esta temporada a su retirada, de condiciones que cierran con penunbras una carrera llena de luces. Cuando salí ese día del estudio, la empatía que inevitablemente sufrí, me asomó a ese precipicio de cuyo filo siempre intentas andar alejado: la retirada.
Porque cuando empiezas este deporte nunca se tiene claro el que vayas a dedicarte a él como medio y forma de vida, pero cuando así es, sí tienes claro que el final puede estar a la vuelta de la esquina, por millones de circunstancias… Depués,
nuestra protagonista sería Tania Lamarca, gimnasta de aquella generación de las «Niñas de Oro» y escritora del libro ‘ Lágrimas por una medalla’. Otro prisma, otra retirada, la realizada desde el desahucio de una juventud invertida en la exclusividad del entrenamiento. Una dedicación en cuerpo, alma…pero también en futuro. Otra vez abriendo los ojos desde otra mirada.
Hablar de que ahora vivo entre relativas mieles deportivas, es una evidencia. De que las hieles fueron más intensas, poco se acuerda nadie…más que yo (y tú, quien lo lee y sabe que sí estuvo a mi lado). De estos dos testimonios he aprendido, pero también he valorado que yo no tengo miedo a ese momento, y eso quizá es un lastre que me quité con mi esfuerzo y trabajo en los estudios. Pero no dejo de pensar: y si alguien me hubiera apoyado en ese momento crítico, y si hubiese tenido medios…quizá, y solo quizá, esa medalla no hubiera llegado a los 28, sino antes. Mucho leí y leo sobre que mi presea fue fruto del trabajo y constancia, lamentablemente poco sobre calidad, pero nadie la llama la medalla de la oportunidad. Así la llamo yo, mi tesoro logrado y no recompensado, el reflejo de por fin tener los medios para darme la ocasión de confiar en mi.
Hace poco, y llegamos al meollo de la cuestión, veía la luz el proyecto «España compite«, un anticipo de lo que podría ser la tan necesitada Ley de Mecenazgo. Una noticia similar a la que me llegaba días antes de la mano del proyecto «Patrocina un deportista«, iniciativas que dan ese apoyo que en los momentos críticos no disfrutė, pero que ayudan a que los que ahora vivo no sean eso…críticos. Y es que mi experiencia me ha enseñado que los pequeños gestos pueden tener grandes y maravillosas consecuencias. Que el grano de una pequeña empresa siempre será mayor que la nada de una grande.
A veces siento que oportunidades que dejas pasar, aquellas que ves desde el andėn, son sueños esfumados, destinos de los que no podrás disfrutar. Yo no tuve el valor que da el respaldo para saltar antes a mi vagón, pero ahora estudios en mano, experiencia a la espalda y muchos apoyos, tengo el coraje para buscar esa nueva estación. Y sé que el viaje será largo, porque voy bien acompañada… Ahora, no podemos olvidar que debemos trabajar para que nuestros jóvenes no se queden mirando sus anhelos partir, pues en la vida no esta permitida la demora.